Entre la condena y la estrategia: Uribe y su serie política en tiempo real

Por: Elkin Calvo*


Ayer fue el último día del juicio contra Álvaro Uribe Vélez, el expresidente que por primera vez en la historia de Colombia se enfrenta a la justicia ordinaria por los delitos de soborno a testigos y fraude procesal. Tras trece años de investigaciones, la jueza del caso anunció que el próximo 28 de julio dictará su veredicto. El país entero está a la expectativa, no solo por lo que pueda implicar judicialmente una posible condena, sino porque el fallo —sea cual sea— desatará una nueva tormenta política en un país que sigue fracturado entre la impunidad y el relato del mártir. Uribe es acusado de haber orquestado un entramado ilegal para conseguir testigos falsos que involucraran al senador Iván Cepeda con grupos armados ilegales. Lejos de ser un hecho aislado, este caso es apenas una pieza más dentro de una larga lista de señalamientos graves que pesan sobre su trayectoria pública: desde masacres cometidas por paramilitares durante su mandato, hasta las interceptaciones ilegales del DAS a magistrados, periodistas y líderes de la oposición, pasando por los llamados falsos positivos, donde cientos de jóvenes fueron asesinados por el Ejército y presentados como guerrilleros muertos en combate para inflar cifras. Sin embargo, el juicio que hoy lo sienta ante la justicia solo recoge los delitos menos graves de todo su prontuario político.

Ahora, frente a la inminencia de una decisión judicial, se abren dos caminos que tendrán consecuencias inmediatas para el futuro político del país. Si Uribe es absuelto, él y su partido presentarán el fallo como una reivindicación política. Dirá que se trataba de un montaje, una persecución liderada por sus contradictores, en especial por Iván Cepeda, y aprovechará el escenario para lanzarse nuevamente a la arena electoral o al menos reposicionar a su partido, que viene en caída. Su estrategia será victimizarse y reactivar la narrativa del expresidente honesto, perseguido por una justicia politizada. Si, por el contrario, es condenado, la maquinaria mediática y digital de la derecha no tardará en levantarlo como un mártir. Uribe dirá que la jueza hace parte de los acuerdos de paz, que fue infiltrada por las antiguas FARC o que todo esto es parte de una venganza de la izquierda. Los sectores más radicales del uribismo amplificarán estas versiones, como lo han hecho siempre, sin necesidad de pruebas, y buscarán reconfigurar el escenario político nacional de cara a las elecciones, en las que muy probablemente intentarán posicionar a un nuevo sucesor, como ya ocurrió con Iván Duque en 2018.

Aun así, una eventual condena no marcaría el fin del camino judicial. Álvaro Uribe Vélez, como cualquier ciudadano, tiene derecho a una segunda instancia, una revisión de la sentencia por parte de un tribunal superior. Y si bien esa etapa representa una oportunidad legítima de defensa, también es cierto que por tiempos procesales y dilaciones estratégicas, el expresidente y su equipo legal confían en que el caso se proscriba y se archive sin una resolución definitiva. No por falta de pruebas ni por demostración de inocencia, sino porque los años pasarán y con ellos, la posibilidad de una decisión firme se diluirá en tecnicismos y vencimientos. Lo saben él, sus abogados y todos los que han seguido el caso desde el principio. Lo cierto es que este juicio ha sido consumido como espectáculo: transmitido en vivo, comentado capítulo a capítulo en redes sociales como si se tratara de una serie de ficción, convertido en tendencia por periodistas, opinadores, fanáticos y medios. Más que un juicio, ha sido una apuesta política, y todos —del lado que sea— lo han jugado así.

La realidad es que, en cualquiera de los escenarios, el país seguirá polarizado. Los sectores más extremos aprovecharán el veredicto para agitar sus narrativas y buscar réditos políticos. Y mientras tanto, el centro político —diluido, sin proyecto común, pero con una base amplia— tendrá en sus manos la responsabilidad de no dejarse arrastrar por la lógica de los extremos. Lo que está en juego no es solo la suerte de un expresidente con historial turbio, sino la posibilidad de que la justicia en Colombia marque un precedente real contra la impunidad o, por el contrario, ceda ante la presión de los poderes fácticos. El fallo del 28 de julio no pondrá fin al uribismo, pero sí revelará hasta qué punto las instituciones del país están dispuestas a sostener su autonomía frente al poder político. Colombia está frente a un espejo incómodo, y de su reflejo dependerá buena parte de lo que vendrá.

Estas fueron las declaraciones que hizo Álvaro Uribe Velez en los últimos alegatos de conclusión.

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*Comunicador social con énfasis en educación de la Universidad Santo Tomás, magister en comunicación – educación con énfasis en cultura política, investigador del doctorado en estudios sociales de la U Distrital en la línea Subjetividades, diferencias y narrativas; énfasis en cuerpos, tecnociencias y digitalización de la Vida. Autor del libro Youtube como ecosistema comunicativo;  actualmente es docente de la Universidad Pedagógica Nacional en Bogotá, Colombia.

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