Entre las buenas intenciones y el desorden: Petro y el peligro de entregarle el país a la ultraderecha

 


Por Elkin Calvo*

La noche del 16 de julio, Gustavo Petro volvió a hablarle al país con la solemnidad de una alocución presidencial. Lo hizo con la gravedad de quien siente que el tiempo se le agota y necesita dejar claro lo que a su juicio ha pasado. Pero su intervención, lejos de tranquilizar, dejó al descubierto una profunda desconexión entre la voluntad de cambio y su ejecución. En su discurso, dio datos contundentes y gravísimos sobre el sistema de salud: afirmó que en el último periodo los dueños de las EPS se han llevado más de 100 billones de pesos, y que ahora, con descaro, quieren más. Insistió en que el Estado no debería pagar las deudas de clínicas y hospitales, porque quienes realmente deben son los empresarios que se enriquecieron a costa de la salud del pueblo colombiano.

Ese dato, que por su magnitud debería ser titular, investigación y debate nacional, fue rápidamente sepultado por los errores, frases fuera de lugar y un tono errático que desconcertó incluso a quienes aún lo apoyan. Habló de “estatuas”, lanzó conceptos sueltos, improvisó sin claridad, y terminó desviando la atención de lo esencial. Dijo, por ejemplo, que en su gobierno “ Nadie que sea negro me va a decir que hay que excluir a un actor porno”, en referencia al viceministro de Igualdad, pero sin el menor cuidado en la forma ni en el contexto. Mencionó que aún hay funcionarios de la exvicepresidenta en su gobierno “que no ejecutan”, como si no fuera él mismo quien tiene el poder de removerlos. Volvió a defender a Amaranta y Flórez solo por venir de la Bogotá Humana, desconociendo el principio básico de que se gobierna con resultados, no con nostalgias de militancia.

Su posterior aparición en el consejo de ministros no fue mejor. Parecía más un presidente aislado, dolido con su propio equipo, que un líder dispuesto a corregir el rumbo. Dijo sentirse traicionado por sus propios funcionarios, por ministros que él mismo eligió. Lanzó la idea de que nadie ha leído su plan de gobierno, como si eso lo eximiera de responsabilidad. Dijo que vendrían cambios. Pero el cambio parece venir tarde, después de tres años de improvisación, desgaste y una comunicación que no logra conectar ni con su gabinete ni con el país.

Y en medio de todo, apareció el nombre de Francia Márquez, la vicepresidenta, a quien ha aislado sistemáticamente. Mencionada casi de pasada, sin darle el lugar que le corresponde en un gobierno que prometió gobernar desde las orillas del poder. En lugar de construir una dupla sólida y transformadora, Petro ha preferido marginarla, como ha marginado a otros liderazgos, incluso a quienes lo ayudaron a llegar a la Casa de Nariño. Este proyecto de gobierno se está dinamitando por dentro, y esa es la forma más cruel de sabotaje: la que nace desde adentro del mismo sueño.

Tampoco han aparecido con firmeza quienes salieron a hacer campaña. Muchos de los líderes que caminaron el país pidiendo el voto hoy guardan silencio, más preocupados por sus carreras políticas o sus próximas candidaturas que por enfrentar el naufragio que se avecina. La crítica interna escasea. La autocrítica, aún más.

Lo más peligroso de todo es que la izquierda se está petrificando. No puede ser que estemos hablando de reelección de una persona cuando no se ha consolidado ni siquiera un programa de gobierno coherente. Como lo hizo históricamente la derecha, ahora vemos en la izquierda una centralidad personalista que impide la renovación, el debate y la construcción de alternativas reales. La lucha de clases se ha trasladado al interior del propio proyecto progresista, con codazos y egos que alejan cada día a más simpatizantes, militantes y ciudadanos que confiaron en el cambio.

El gran drama del gobierno Petro no es su diagnóstico, ni sus banderas, ni la oposición. Es su falta de estrategia, de claridad, de coherencia y de humildad para corregir. Está dejando que los titulares los escriba la derecha, no por mérito ajeno, sino por errores propios. El riesgo ya no es que la derecha vuelva. Es que vuelva con más fuerza y sin resistencia, gracias al desgaste innecesario de un gobierno que tenía todo para cambiarlo todo… y está a punto de no cambiar nada.

Si no se despersonaliza el proyecto, si no se construye colectivamente desde abajo, si no se escucha y se ejecuta con claridad, el progresismo en Colombia puede convertirse en una esperanza fallida. Y eso, para millones que siguen esperando, sería una tragedia histórica.

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*Comunicador social con énfasis en educación de la Universidad Santo Tomás, magister en comunicación – educación con énfasis en cultura política, investigador del doctorado en estudios sociales de la U Distrital en la línea Subjetividades, diferencias y narrativas; énfasis en cuerpos, tecnociencias y digitalización de la Vida. Autor del libro Youtube como ecosistema comunicativo;  actualmente es docente de la Universidad Pedagógica Nacional en Bogotá, Colombia.

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